martes, 24 de abril de 2018

Enfocaté para dejar de perder el tiempo


El tiempo es uno de esos factores que tiene el poder de atormentar almas, por su inmensidad y al mismo tiempo por su finitud. A veces parece como si jamás alcanzara, como si los días y las horas se hubieran acortado y nunca fueran suficientes para completar todo lo que tenemos que hacer. Tenemos la sensación de que los minutos se filtran como gotas de agua entre los dedos y no podemos hacer nada al respecto.

A diferencia de lo que muchos creen, gran parte del tiempo que perdemos, lo perdemos trabajando o realizando alguna de esas actividades que llamamos “productivas”. Esto se debe a la falta de enfoque: aunque hacemos la tarea, nuestro estado de dispersión nos lleva a que tardemos más de lo necesario en completarla.

De una manera o de otra, la consecuencia de esa percepción de que el tiempo no alcanza es un estado de angustia. Aparece una tensión entre la forma en la que avanza el reloj y la necesidad de cumplir con los objetivos propuestos. En esas condiciones, también pueden aparecer los bloqueos y los errores que no hacen más que incrementar la tardanza.

La falta de tiempo y las acciones compulsivas

Hay todo un conjunto de acciones compulsivas que realizamos día a día y que consumen buena parte de nuestro tiempo. Dentro de ellas se pueden mencionar algunas muy usuales como esa manía de mirar el móvil cada cinco minutos. Lo más probable es que no encontremos nada nuevo, o que si lo hay no sea relevante, pero a veces no podemos evitarlo.

También es muy frecuente que algo similar se haga con algunas páginas en el ordenador. Cuando revisas, hay más de 20 o 30 visitas a una web o a una red social, la mayoría de los cuales no encotramos información que sea novedosa y además relevante.

Cada uno tenemos nuestro repertorio de acciones compulsivas o repetitivas. Algunos simplemente interrumpen su labor para dejar volar su fantasía, para mirar a su alrededor o para hacer cualquier cosa que desvíe su foco atencional de la tarea principal que realizan.

Precisamente por ser compulsivas, estas acciones son inconscientes. Se realizan sin pensar y en ellas se va buena parte del tiempo. Responden a una dificultad para concentrarte, a la ansiedad o a una estrategia de trabajo deficiente.

La sobrecarga emocional y el tiempo

Las dificultades emocionales también nos quitan más tiempo del que suponemos. Además, también nos restan disponibilidad y motivación para enfocarnos en nuestros objetivos. Los problemas no resueltos suponen una carga emocional que se traslada silenciosamente a todo lo que hacemos.

Todos hemos dejado una tarea por resolver, ya sea por un motivo o por otro, y esta ha tomado vida propia en nuestra mente. Desde ese momento, de forma repetitiva y anárquica, ha invadido el espacio de nuestra conciencia. De ese pensamiento han nacido estados de ansiedad que nada tenían que ver con la situación en la que te encontrabas en ese momento.

Los conflictos sin resolver pesan en el día a día. Inciden severamente en nuestra capacidad de concentración, ya que son como ruidos molestos que dan falsas treguas y aparecen en los momentos más oportunos, estropeando situaciones placenteras. Finalmente, te teletrasportan al pasado o al futuro, dejando a un lado las sensaciones que emanan de tu situación actual.

Enfocarte para ganar tiempo

El tiempo, o mejor dicho su percepción, es una dimensión esencialmente psicológica. Corre o deja de correr, en función de lo que sientas o de lo que estés pensando. Un minuto es interminable en el dentista y pasa en un suspiro cuando estás en una situación agradable. Y precisamente al estar tan influenciado por lo que hay en la mente, resulta susceptible de administrarse de una manera más racional.

Para enfocarte y manejar mejor el tiempo, lo primero es reconocer y aceptar que siempre tendremos algo pendiente que hacer. Eso no debe ser fuente de angustia, sino que se tiene que mirar como una característica inmanente a la propia vida. Sabiendo esto, lo que sigue es idear una metodología que combine actividad y pausas. La dispersión es también una respuesta al cansancio y se ha comprobado que el cerebro comienza a fatigarse después de 25 minutos de atención sostenida en una única actividad.

Además de esto, es importante que en los momentos en los que no estés trabajando realices actividades creativas. El tiempo de ocio es tan o incluso más importante que el mismo tiempo de trabajo. Comprende todos esos lapsos de libertad, en los que puedes liberar tensiones y renovar tu energía emocional.

No desperdicies esos valiosos ratos en actividades repetitivas, como ver televisión. Tampoco inviertas todo tu descanso en situaciones que te saturen o te emboten: eso no te permite descansar de verdad. Para aprovechar mejor tu tiempo de trabajo, aprende a disfrutar de un descanso de alta calidad. Así sabrás enfocarte en lo importante y lo harás además con mayor acierto.

(Fuente: Edith Sánchez.- la mente es maravillosa)

miércoles, 18 de abril de 2018

Ofrece AMOR a pesar de las decepciones




Todos estamos un poco fragmentados. Cargamos con nuestras piezas rotas intentado unir los pedazos del puzzle imposible de nuestro corazón, ansiando ofrecer amor una vez más. Queremos amar y ser amados, sin embargo, las decepciones ya queman demasiado…

A menudo, suele decirse aquello de que siempre que estemos dispuestos a hacerlo todo por los demás, debemos estar preparados a que en algún momento, nos decepcionen. De alguna manera, es como si el dolor siempre estuviera implícito cuando hablamos de afectos, de amor, de cariños. Ahora bien, esto no es del todo cierto.

Nuestro cerebro emocional y social ansía la seguridad de un vínculo seguro. La seguridad garantiza al fin y al cabo nuestra supervivencia y ello explica por qué sentimos dolor cuando nos decepcionan. Algo en nuestro interior se rompe, se quiebra. El vínculo seguro desaparece y solo queda el vacío.

Es posible que en ocasiones construyamos unas expectativas demasiado altas hacia algo o alguien, puede ser, pero todos necesitamos ciertas garantías de que no vamos a ser heridos. De que a quienes elegimos ofrecer amor, no tiene por qué decepcionarnos ni romper ese vínculo así como así.

Por mucho que nos digan, nadie está preparado para asumir las decepciones como algo “normativo” en nuestras relaciones cotidianas.

Ofrece amor a pesar de las tristezas y el dolor

Estamos muy acostumbrados a que nos digan que las decepciones no las causan comportamientos inadecuados, sino las falsas expectativas que uno mismo se hace sobre las cosas. Ahora bien, esta frase de manual no tiene sentido en especial, cuando el comportamiento ha sido realmente cruel, inesperado y doloroso.

Cuando uno dispone de una buena amistad con alguien, no entra en sus expectativas que nos critiquen a nuestras espaldas. Cuando una persona llega a la ancianidad, no entra tampoco en sus expectativas que los hijos lo abandonen. Cuando uno ama y cree ser amado, nunca espera ser maltratado o humillado por la pareja.

Hay decepciones auténticas, profundas y descarnadas. Ofrecer amor después de estas experiencias vitales es poco más que una misión imposible, porque necesitamos tiempo. Necesitamos que las agujas del tiempo cosan y remienden heridas, “piezas rotas” que nuestro cerebro, lo creamos o no, interpreta como tal. Como heridas auténticas.

Según un estudio,  llevado a cabo por el psicólogo emocional Ethan Kross, tanto los rechazos, como las traiciones y las decepciones profundas son interpretadas por nuestro cerebro como un golpe, una quemadura o un impacto físico traumático.

La región cerebral que más se activa en estos casos es la ínsula, vinculada directamente con el dolor. Todo ello, nos demuestra que para el cerebro, una decepción es la ruptura de un hilo que nos ofrecía seguridad, confianza en algo o alguien que ahora, se ha desvanecido. Volver a ofrecer amor después de estas vivencias no es fácil, sin embargo, puede ser una buena medicina para sanar heridas.

No te canses de ofrecer amor y de quererte a ti mismo/a

Hay decepciones que se asumen como quien tolera el pinchazo de una rosa o beber cada día en una taza rota pero reparada con pegamento y mucho afecto, porque es nuestra favorita. Sanamos, perdonamos y avanzamos. Ahora bien, algo que no podemos tolerar es que nuestro corazón se convierta en una piedra. En caso de hacerlo, esa piedra caerá para siempre en el frío pozo del desánimo, de la vulnerabilidad y el fracaso.

El amor auténtico no duele. La amistad sincera no traiciona. Quien te quiere te puede decepcionar una vez, pero nunca más. Por ello, te proponemos reflexionar unos instantes en estas sencillas estrategias de afrontamiento, que nos pueden servir para superar estos instantes tan complejos.

Una decepción además de sufrimiento provoca que nos sintamos vulnerables. Cuando una persona se siente frágil más que ofrecer amor lo que necesita es recibirlo, recibirlo en especial de sí misma para reconstruirse, para validarse de nuevo con toda su integridad, fortalezas y autoestima. Algo así solo nos confiere el tiempo y un adecuado trabajo interior.
Además del factor tiempo, vamos a tener que gestionar tres sentimientos básicos: la rabia, el pesimismo y la impotencia. Una decepción arranca nuestras raíces y nos hace pensar que ya nada va a ser igual después de eso. Disipa estos tres jinetes de la infelicidad de tu corazón en cuanto te sea posible.
Asume por un lado, que no merecías lo que te ha pasado, pero acepta también que no mereces sufrir eternamente. No elijas el rencor como alimento cotidiano, no te prescribas el sufrimiento como medicina eterna, los efectos secundarios son devastadores.

Recuerda mejor algo indispensable: elegirte a ti. A ti por encima de todas las cosas, por encima de los miedos, de las incertezas y de los resentimientos. Elige volver a ilusionarte y sobre todo, a seguir cultivando lo que de verdad merece la pena: ofrecer amor. Piensa que a pesar de todas las decepciones, sigue existiendo gente buena.

(Fuente: Valeria Sabater.- La mente es maravillosa)

miércoles, 11 de abril de 2018

No te quiero para mi, te quiero conmigo


No te quiero para mí, te quiero conmigo. El amor no es posesión, es la unión de dos personas completamente distintas, o con algunos puntos en común, que se aceptan tal y como son. El amor son dos almas que se encuentran en el camino y que mientras conservan su identidad se entrelazan compartiendo un mismo destino.

Por eso te quiero conmigo, pero no para mí. Quiero que vivas tu vida y compartas esa vida conmigo, porque en esa vida no solo estaré yo. Seguirás tu camino y tendrás tu propio mundo, pero si tu destino está unido al mío, nos encontraremos compartiendo ese camino.

En el amor, cada uno de nosotros es responsable por lo que siente, y no puede culpar al otro por eso.Nadie pierde a nadie porque nadie posee a nadie. Y esta es la verdadera experiencia de la libertad: Tener lo más importante del mundo sin poseerlo”.

Construyamos nuestro universo

Construyamos nuestro propio universo donde haya espacio para nuestros planetas, nuestros sueños y nuestras metas. Donde contar como hemos vivido nuestro día, ese que hemos compartido con otras personas, otros trabajos, otros mundos, nos alegre el día.
Un universo con horizontes paralelos que permitan diferentes puntos de vista y que hagan de estas diferencias la virtud de seguir creciendo. Porque no somos uno, somos distintos, pero aprendemos de lo que cada uno de nosotros vemos. Compartimos nuestras vivencias porque nos conocemos de una manera tan íntima y verdadera, que somos libres de decir lo que sea con la seguridad de que sabremos lo que el otro piensa.

A veces, solo con mirarnos, sabemos lo que pensamos. Otras tenemos que explicarnos y otras no llegamos a comprender lo que el otro está pensando. Pero todas ellas, sin excepción, son maneras de amarnos porque somos libres y aun así preferimos mantenernos juntos en el universo que creamos.

Te quiero conmigo cuando rozamos nuestras manos y los nervios se apoderan de mi estómago. Te quiero conmigo para reírte de mis tonterías, de lo torpe que soy o de los despistes de los que siempre me avisas. Te quiero conmigo cuando sonríes, pero también quiero compartir esa sonrisa tan bonita con el mundo.

Te quiero feliz e independiente

Te quiero feliz e independiente. También loc@ y sonriente. Te quiero por cómo eres, porque es así como te ganaste mi corazón. No pretendo que seas perfect@ porque tampoco lo soy yo. Te quiero ver feliz a cada instante y por eso respeto todo lo que haces, aunque quizás yo no haría lo mismo. Pero eso es lo bonito, aprender que la vida no tiene un solo camino.
Vive, salta, corre y se libre, se feliz, que yo soy feliz viéndote disfrutar como si cada instante fuera a acabarse en un suspiro. Gracias por poner mi mundo del revés y hacer cosas que no pensaba llegar a entender pero que haciéndolas contigo han adquirido un nuevo sentido.
Es muy divertido llegar a casa y tener a alguien al que contarle las historias de otro lugar donde no va a estar. Las risas, los consejos y cualquier tontería que se nos ocurra sobre nuestros mundos será la base de nuestra propia realidad.
Una realidad que tiene sentido vivida por separado, pero contada cuando nos juntamos. Mantenemos nuestro espacio y sabemos que nos respetamos, nos amamos y disfrutamos. No somos prisioneros de lo que el otro hace, dice o piensa porque cuando no estamos juntos disfrutamos tanto o más que cuando estamos separados.

Por eso sabemos que nos amamos, porque a pesar de ser felices estando separados, elegimos pasar la vida con alguien al lado. Así, tener lo más importante del mundo, el amor, a nuestro lado, sin poseerlo pero compartiendo la felicidad con los demás, es la mejor manera de vivir en mi mundo. Un mundo que quiero compartir contigo, un mundo lleno de libertad, respeto, amor y felicidad.
( Fuente:  Lorena Vara González.- La mente es maravillosa)

martes, 3 de abril de 2018

Cinco claves para decir NO sin molestar al otro



Es posible que hayas tenido alguna conversación con un amigo, familiar o jefe que te pide algo que no te apetece demasiado, pero que acabas aceptando. Y no porque la otra persona tuviera una tremenda capacidad de influencia, sino sencillamente porque te resultó difícil decirle que no. Poner límites es una de las pruebas más difíciles a las que nos enfrentamos y uno de los mejores termómetros de madurez. No es fácil, reconozcámoslo. Nuestros propios miedos de serie no ayudan en exceso. Como decía Aristóteles, somos animales sociales por naturaleza, lo que significa que nos entregamos en cuerpo y alma a ser parte de nuestro grupo. Por eso, buscamos agradar, nos encanta que nos reconozcan los que nos importan y sufrimos cuando tenemos que decir “no” a personas relevantes para nosotros. Por suerte, esta dificultad va variando a lo largo de los años.

En la adolescencia caemos en los brazos del grupo y en general nos importa más lo que digan los compañeros de clase que los profesores o los  padres. Sin embargo, cuando crecemos, vamos conformando nuestra personalidad y nuestro carácter, y nos sentimos más fuertes y menos vulnerables si pronunciamos el maravilloso “no”. También tiene que ver con el género. Según algunas investigaciones, las mujeres tenemos tendencia a ser más complacientes que los hombres por una presión social o histórica, por la que se valora peor la asertividad femenina que la masculina. Pero, dicho todo lo anterior, necesitamos saber decir que no. Es la mejor manera de proteger nuestros límites, de cuidarnos y de crecer sin buscar la aprobación constante de los otros. Aprender a decirlo no significa ser desagradable o resultar áspero. Se puede conseguir de un modo amable, sin herir, defendiendo nuestra postura y sin hacer daño al de enfrente. Veamos cómo hacerlo con las personas que más nos cuesta, con aquellos que nos importan:

Primero, identifica qué límites quieres poner y con quién. Una pregunta previa consiste en saber en qué áreas te estás dejando llevar más: ¿es con la pareja?, ¿con el jefe?, ¿con los compañeros?, ¿cómo lo consiguen, cuando se ponen agresivos, cuando te adornan la petición... o siempre te ocurre? Eso te dará pistas. Una vez identificado, ponte un objetivo concreto y prueba con los siguientes pasos.

Segundo, da una respuesta de un modo amable, basada en los objetivos pero sin demasiadas explicaciones: “no puedo ayudarte con este informe, porque me han pedido que entregue este otro mañana y voy muy mal de tiempo”. No caigas en justificaciones infinitas, que aburren al interlocutor y te hacen perder fuerza; o en excusas fácilmente desmontables. Si dices, “no puedo ir a tu fiesta porque no tengo tiempo para preparar nada de comida”, la otra persona puede responderte que se encarga de todo o que debajo de su casa hay una tienda donde puedes comprar algo… Con su respuesta, te desmonta la excusa.

Tercero, incluye la técnica de la negociación. Siguiendo con el ejemplo anterior de la fiesta, puedes decir que no vas ese día por un motivo, pero como te apetece verle, le propones que te acercas otro día. O en el caso del compañero de trabajo que te solicita un informe, le dices que no puedes en ese momento, pero que cuando termines el que estás preparando puedes ayudarle. De ese modo, abres una ventana de oportunidad.

Cuarto, explica el impacto tomando como referencia a una tercera persona. Podría ser: “si hago esto que me pides, tendría que decirle que no a fulanito”. De esta manera, tu posición queda más protegida y tienes un argumento de fuerza. Esto ocurre muchas veces en temas familiares: “No puedo acudir a esta reunión porque le he prometido a mi hijo acompañarle en un evento del colegio”, por ejemplo.

Y quinto, aprende de alguien que te guste cómo gestiona estas situaciones y experimenta poco a poco. La ventaja de ser sociales es que mejoramos a través de la observación; por ello, fíjate en alguna persona que sea un referente, analiza sus argumentos, su lenguaje no verbal y ponlo en práctica en situaciones cómodas, primero, y más difíciles después.

En definitiva, aprender a decir “no” es básico para decir “sí” a lo que realmente nos importa. Lo necesitamos para cuidarnos, para proteger a personas o proyectos que sí queremos hacer y para no defraudar expectativas si aceptamos todo cuanto nos piden.
(Fuente: Pilar Jericó)