lunes, 8 de septiembre de 2014

Inteligencia emocional para educar niños felices




No es fácil educar a un niño, lo sabemos. Nadie dispone del manual del padre o madre perfecto, del educador ideal que sabe cuándo imponer, cuando permitir y qué palabra utilizar. También sabemos que no todos los niños son iguales, que habiendo varios hermanos cada uno de ellos tiene un carácter, pero aun así, hay algo que está claro, todos tienen las mismas necesidades: el sentirse queridos, escuchados y atendidos para crecer en confianza.


La necesidad de ofrecer un aprendizaje basado en las emociones, les permitirá el día de mañana poder gestionar muchas áreas de su vida con mayor efectividad, poder comunicarse mejor, reconocer emociones en las otras personas para poder respetar, para poder entender y disponer de una mejor conexión con la sociedad. Educar en el respeto, en la asertividad y en unas buenas habilidades sociales, les permitirá sin duda ir madurando con mayor autonomía.

Pero para ello, para infundir en los niños la tan necesaria Inteligencia Emocional, es necesario que también tú sepas aplicarla en el día a día con los más pequeños. Te ofrecemos unas pautas.

CLAVES PARA EDUCAR EN INTELIGENCIA EMOCIONAL

1. La necesidad de gestionar las emociones del niño

Seguro que más de una vez te has visto en esta situación: niños que demandan las cosas llorando, que disponen de una facilidad enorme para dejar caer las lágrimas mientras su nivel de ira asciende si no le ofrecemos aquello que quieren. Rabietas que acaban estallando en golpes y gritos.

Es imprescindible que afrontemos estas situaciones desde bien pequeños. Las rabietas hay que ignorarlas. Les atenderemos solo cuando sus lágrimas sean sinceras, evitando reforzar comportamientos inadecuados. Una vez haya comprendido que no vamos a atender a su chantaje o a sus gritos, hablaremos con ellos. Deben aprender dónde están los límites para evitar frustraciones el día de mañana, deben saber también que la rabia, no ofrece resultados. Que solo les atenderemos cuando se dirigen a nosotros con normalidad, sin gritar y sin llorar.

2. Comunicación continúa

Establece con el niño una comunicación abierta y sincera. Evita hablarles en voz alta o gritándoles, y hazlo con madurez. Los niños entienden muchas más cosas de las que crees, y muchos padres y madres caen en el error de dirigirse a ellos con cierta ingenuidad, como si no comprendieran muchas cosas. La comunicación y el diálogo motivador harán que el niño madure, responde a todas sus preguntas, a sus ocurrencias y fantasías. Y más aún, despierta en todo momento la curiosidad en ellos. Hazlos crecer en confianza.

3. Aprender a reconocer emociones en los otros y en ellos mismos

Este aspecto debemos desarrollarlo desde que son pequeños. Es esencial que fomentes la empatía en el niño desde muy temprano con preguntas como esta: ¿Cómo crees que está hoy la abuela, triste o alegre? ¿Cómo piensas que se siente ahora tu hermano después de lo que has hecho? ¿Sabes por qué está enfadado tu amigo del cole, qué puedes hacer para que se sienta mejor? Debemos, en esencia, despertar su interés emocional por las otras personas.

Ahora bien, para reconocer la emoción en el otro, primero ha de aprender a reconocer las suyas propias. Hay muchos niños que tienden a confundir, por ejemplo, la tristeza con la rabia. Reaccionan ante la pena o el sentimiento de desconsuelo con una patada, con gritos o de un modo inadecuado. Es en estos casos cuando mayor trabajo tenemos con ellos, de ahí la importancia que establezcan una separación entre la tristeza y la rabia, y los modos en que pueden canalizarla. Nunca obvies pues con ellos un “¿cómo te sientes? ¿Por qué crees que te sientes así? ¿Qué podrías hacer para sentirte mejor?

Llegada la adolescencia, si son capaces de hablar en voz alta de sus emociones, argumentarlas y gestionarlas, será mucho más fácil para ellos en ese momento evolutivo donde se está asentando su autoconcepto.

4. Fomenta la asertividad y sus habilidades sociales

El niño debe ser capaz de poner en voz alta su opinión, sus necesidades y saber argumentarlas. Todo esto se consigue con un estilo de educación democrática, nunca autoritaria. Esto, como puedes ver, nos vuelve a realzar la necesidad de establecer siempre un diálogo abierto y constructivo. Como padres debemos establecer normas y límites, también prohibiciones, pero arguméntalas con ellos para que comprendan la finalidad, para que sean partícipes y se sientan involucrados.

Si sienten que sus palabras siempre van a ser escuchadas, al igual que sus necesidades y pensamientos, confiarán más en sí mismos, se sentirán seguros, para hacer lo mismo por ejemplo, en el colegio y con sus amistades, evitando así verse dominados o controlados por los demás. Debemos fomentar su autonomía para que se sientan capaces y seguros de sí mismos, viendo siempre dónde están los límites. Respetando a los demás y reconociendo las emociones propias y ajenas.

Todo ello les ayudará a crecer con optimismo, sintiéndose queridos para ser también felices el día de mañana. Educar es una tarea difícil, pero es una aventura que merece la pena. 
(Fuente: la mente es maravillosa)

lunes, 1 de septiembre de 2014

No puedo


Hoy quiero compartir  con vosotros un cuento. El cuento es de uno de los grandes maestros que he tenido la suerte de conocer a lo largo de mi vida. Dicen que los cuentos duermen a los niños y despiertan a los adultos. Hay cuentos que nos ayudan a pensar, a entender la vida, y creo que el de hoy es uno de ellos.
“Cuando yo era pequeño me encantaban los circos, y lo que más me gustaba de ellos eran los animales. Me llamaba especialmente la atención el elefante que, como más tarde supe, era también el animal preferido por otros niños. Durante la función, la enorme bestia hacía gala de un peso, un tamaño y una fuerza descomunales… Pero después de su actuación y hasta poco antes de volver al escenario, el elefante siempre permanecía atado a una pequeña estaca clavada en el suelo con una cadena que aprisionaba una de sus patas. Sin embargo, la estaca era sólo un minúsculo pedazo de madera apenas enterrado unos centímetros en el suelo. Y, aunque la cadena era gruesa y poderosa, me parecía obvio que un animal capaz de arrancar un árbol de cuajo con su fuerza, podría liberarse con facilidad de la estaca y huir.
El misterio sigue pareciéndome evidente. ¿Qué lo sujeta entonces? ¿Por qué no huye? Pregunté por el misterio del elefante a cuantos adultos encontré. Alguno de ellos me explicó que el elefante no se escapaba porque estaba amaestrado. Hice entonces la pregunta obvia: Si está amaestrado, ¿por qué lo encadenan?
No recuerdo haber recibido ninguna respuesta coherente. Con el tiempo olvidé el misterio del elefante. Hace algunos años, descubrí que, por suerte para mí, alguien había encontrado la respuesta: El elefante del circo no se escapa porque ha estado atado a una estaca desde que era muy, muy pequeño. Cerré los ojos e imaginé al indefenso elefante recién nacido sujeto a la estaca. Estoy seguro de que, en aquel momento, el elefantito empujó, tiró y sudó tratando de soltarse. Y, a pesar de sus esfuerzos, no lo consiguió, porque aquella estaca era demasiado dura para él. Imaginé que se dormía agotado y que al día siguiente lo volvía a intentar, y al otro día, y al otro… Hasta que, un día, un día terrible para su historia, el animal aceptó su impotencia y se resignó a su destino. Ese elefante enorme y poderoso que vemos en el circo no escapa porque, pobre, cree que no puede. Tiene grabado el recuerdo de la impotencia que sintió poco después de nacer. Y lo peor es que jamás se ha vuelto a cuestionar seriamente ese recuerdo.”
Ahora piensa por un momento cuántas estacas te atan desde hace tiempo y a lo mejor ni siquiera recuerdas su existencia.
(Fuente: Montserrat Hidalgo)