miércoles, 10 de octubre de 2012

¡Uff....empazaré mañana!


A este “mal” hábito le llamamos postergar.
El posponer o evitar, innecesariamente, la realización de una acción – actividad principal hasta otro momento posterior, sustituyéndola siempre con otra actividad alternativa (menos relevante) se define en el diccionario como procrastinación: (“pro” significa adelante y “crastinare” mañana, es decir “lo dejo para mañana”).
El hábito de postergar es un mecanismo muy común que utiliza nuestro cerebro para tratar con la ansiedad asociada al inicio o realización de una nueva acción y/o algo desconocido.
Lo peor de los hábitos procrastinadores es, precisamente, su repetición. Aunque te prometes a ti mism@, con gran determinación, que no volverás a procrastinar, que esta es la última vez… vuelves a tropezar en la misma piedra, una y otra vez.
En el instante en que decides postergar la acción te prometes realizarla más tarde y esto produce un alivio inmediato porque te desembarazas de la obligación de realizarla y del sentimiento implícito en dicha acción. Además te sientes traquil@ porque te has “comprometido” a realizar la acción en otro momento –realmente estas convencid@ que así será–. Para acallar tu conciencia haces otra cosa que te place o que no te incomoda como la otra y, con toda probabilidad es menos importante y no está relacionada con el alcance de tu objetivo.
El efecto de alivio cada vez es más fugaz y el estrés crece pues se aproxima la fecha tope a la que te comprometiste. Comienzas a soportar las consecuencias provocadas en tus resultados inmediatos y el peso acumulado de la culpa. Tu fiscal interno te dice: “no tengo voluntad”, “no valgo”… te sientes mal y entras en otro bucle vicioso: procrastino-me culpo-procrastino… antesala de una fuerte bajada de tu autoestima.
Pero nuestro cerebro es “inteligente en lo inmediato” y acude en tu ayuda con una “falsa salida de emergencia” y te envía un mensaje: “el asunto no tiene solución”, así que “si no tiene solución ¿para qué me voy a preocupar?”. Una conclusión que alivia en el corto plazo, pero que no hace más que perpetuar el hábito. Es como ir permanentemente en una ambulancia que nunca llega al hospital.
Preguntate ¿qué procrastino?. Describe (y escribe) con gran detalle, el acto o patrón procrastinador. Preguntate. ¿qué hago para “escapar”? ¿Cómo y/o con qué actividad sustituyo las acciones que realmente quiero de verdad realizar?. Estas preguntas que quizás parezcan “insultantemente simples” no se las hacen la mayoría de la gente Así que felicítate si  comienzas a tomar acción en este sentido.
(Fuente: www.fundares.com).

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