domingo, 5 de marzo de 2017

Pensar que no eres mejor que nadie, ya te hace mejor que muchos


Ser mejor persona no debe hacernos creer que debemos ser mejor que nadie. La referencia seremos siempre nosotros mismos.
Seguramente también tú conoces a alguien que, por su actitud, comportamiento y modo de relacionarse, demuestra precisamente esa incómoda sensación de que siempre pretende ser mejor que tú.

Cuando no necesitar ser mejor que nadie nos hace mejor que muchos


A día de hoy se está dando una curiosa tendencia que los expertos etiquetan como “materialismo espiritual”. Se trataría de ese interés actual por alcanzar un autoconocimiento tan elevado de nosotros mismos.
Ese punto en el que muchos acaban alejándose de los demás.

En esa búsqueda por atendernos, por cuidar de nuestra autoestima y de ser cada día más fuertes y mejores, hay quien tergiversa un poco los conceptos y lo enfoca de modo erróneo: aspira a ser mejor que todos aquellos que le rodean.

Es pues necesario enfocar de forma adecuada esta idea. Podemos desarrollar nuevas estrategias para fortalecer nuestra autoestima, para enriquecer nuestras relaciones y alcanzar mayores logros, pero nunca a costa de sobrepasar a los demás o aparentar ser mejor que nadie.

La personalidad humilladora

Quien practica la soberbia, quien necesita competir y aparentar superioridad, en su interior suele esconder en realidad una baja autoestima.
El placer de aparentar “superioridad”, de mostrar unas aptitudes mejores e incluso de humillar al resto con esa actitud prepotente, les sirve muchas veces para complacer su bajo autoconcepto y reforzarlo.
En nuestro círculo social, en el trabajo, entre nuestros amigos o familiares, siempre tenemos a la clásica persona que suele utilizar la ironía o la burla para ridiculizar al resto, y así, evidenciar sus mejores aptitudes, su capacidad de ser mejor que nadie.
Asimismo, también suele ocurrir lo contrario. En ocasiones, también podemos encontrar esas personalidades a las que les gusta ir de víctimas.
“Son las que más sufren”, las que mejor entienden qué es el rechazo, qué es el sentirse apartados o poco valorados.
En el fondo, son reversos de una misma cara donde ahonda una misma dimensión: un bajo autoconcepto con el cual enfrentarse a los demás para sentirse reforzados, ya sea mediante la humillación o el descrédito.

La humildad de no desear ser mejor que nadie

Nadie debe necesitar ese afán de competición o de superación personal para alzarse como el mejor, si con ello lo que ocasiona es sufrimiento o humillación al resto.

- El mayor placer reside en superarse a uno mismo, en ser mejor persona cada día tomando como referencia nuestras propias necesidades, y nunca las debilidades de los demás.
- Si ayer nos sentíamos inseguros, si no confiábamos en nuestras capacidades para aspirar a ese trabajo, para relacionarnos con esa persona que nos atrae, y hoy ya lo hemos logrado, hemos conseguido, por tanto, “ser mejores”.
- Es ahí donde reside nuestra grandeza: lograr crecer y mejorar cada día tomándonos a nosotros mismos como reflejo y no a los demás. Porque quien vive obsesionado con aparentar, con competir y desafiar, se olvida de sí mismo.
- Quien busca ser mejor que nadie no es humilde. La humildad es esa aspiración que deberíamos saber aplicar cada día en cada una de nuestras obras, en cada uno de nuestros comportamientos.
- La humildad, lejos de ser debilidad o claudicación ante los demás, es la mejor de las fortalezas. Ello se debe a que nos permite en primer lugar tener un buen autoconocimiento de nosotros mismos para, después, aceptarnos.

Mejorar cada día como personas

Una vez nos aceptamos, nuestro mayor propósito no será otro más que seguir creciendo como persona y ser mejores cada día para aspirar a esa felicidad de las pequeñas cosas que tanto nos enriquece.
Además, el ser mejor revierte en quien nos rodea.
Para concluir, sabemos que si a algo hemos de acostumbrarnos es a esas personas cuyo corazón está habitado por la vanidad y el orgullo. Lejos de enfadarnos, de aumentar nuestra rabia o desprecio, hemos de pensar que no merece la pena cultivar emociones negativas.
- Lo ideal es aceptarlas tal y como son, marcar límites y alejarnos. El éxito real y auténtico no reside en alzarse como mejor que otros en un acto de soberbia.
- El triunfo más noble está en aceptarnos tal y como somos y, a su vez, respetar a los demás aunque no compartamos sus creencias, sus comportamientos.

Las recompensas siempre llegan al final, con el adecuado bienestar interior o, por el contrario, con la sensación de que nuestro afán competitivo nos ha llevado a una indeseada soledad.
(Fuente: Mejor con salud)

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