domingo, 3 de junio de 2012

Prisionero de la seguridad

En general, queremos que las cosas sean como deseamos y esperamos. Y al pretender que la realidad se adapte constantemente a nuestras necesidades y expectativas, solemos inquietarnos y frustrarnos cada vez que surgen imprevistos, contratiempos y adversidades.
De ahí que nos guste crear y preservar nuestra propia rutina, intentando, en la medida de lo posible, no salirnos del guión preestablecido. Estudiamos una carrera universitaria que nos garantice “salidas profesionales”. Trabajamos para una empresa que nos haga un “contrato indefinido”. Nos esposamos a una persona a través del “matrimonio”. Solicitamos una “hipoteca” al banco para comprar y tener un piso en “propiedad”. Y más tarde, un “plan de pensiones” para no tener que preocuparnos cuando llegue el día de nuestra “jubilación”. En definitiva, solemos seguir al pie de la letra todo lo que nos dice el sistema que hagamos para llevar una vida normal. Es decir, completamente planificada y, en principio, carente de riesgo y segura.
Así, con cada decisión que tomamos anhelamos tener la certeza de que se trata de la elección correcta, previniéndonos de cometer fallos y errores.
Sin embargo, este tipo de comportamiento pone de manifiesto que, en general, nos sentimos profundamente indefensos e inseguros. Y esto, a su vez, revela que no sabemos convivir con la incertidumbre que es inherente a nuestra existencia. 
La seguridad es una ilusión
“El cielo es azul, el mar es salado y la vida es incierta”. Amado Nervo.
Cuanto más inseguros nos sentimos por dentro, más tiempo, dinero y energía invertimos en asegurar nuestras circunstancias externas, incluyendo, en primer lugar, nuestra propia supervivencia física. No en vano, la mayoría de nosotros siente un profundo temor a la muerte. Nos incomoda tanto saber que tarde o temprano vamos a morir que se ha convertido en un tema tabú para la sociedad. Aunque cada día fallezcan decenas de miles de personas en todo el mundo, simplemente negamos la posibilidad de que nos toque el turno, tanto a nosotros como a alguno de nuestros seres más cercanos y queridos.
Es interesante señalar que en muchas ocasiones experimentamos miedo sin ser amenazados por ningún peligro real e inminente. A esta actitud se la denomina “pre-ocupación”. Eso sí, para justificar y mantener nuestro temor solemos inventarnos dichos escenarios conflictivos por medio de nuestro constante pesimismo. De esta manera, la inseguridad se ha convertido en uno de los cimientos psicológicos sobre los que hemos construido la sociedad contemporánea. De ahí que la “seguridad nacional” sea uno de los conceptos más utilizados por los dirigentes políticos. Estamos siendo testigos de cómo en el nombre de la seguridad se están recortando y reduciendo nuestros derechos y libertades. Y por más rimbombantes que sean las explicaciones oficiales, la ecuación es bien simple: cuanta más seguridad, más esclavitud.
"Llevar una vida segura” es una contradicción en sí misma. Principalmente porque es imposible saber lo que nos va a ocurrir mañana, y mucho menos tener garantías absolutas de que nuestro “plan existencial” va a desarrollarse tal y como lo hemos diseñado.
Tener fe en la vida
“La confianza surge de forma natural cuando descubres el propósito de tu vida”. Joan A. Melé.
La confianza también nos permite, finalmente, abrazar la inseguridad inherente a la existencia, cultivando así una relación de amistad con la vida. Más que nada porque la única certeza que tenemos es que la incertidumbre solo desaparece con nuestra muerte. Y que hasta que ese día llegue estamos condenados a tomar decisiones. Dado que no podemos prever lo que va a sucedernos mañana, el reto consiste en girar 180 grados nuestro foco de atención, aprendiendo a confiar en nuestra capacidad de dar respuesta a las diferentes situaciones que vayan surgiendo por el camino.
Como consecuencia directa de esta confianza vital, empezamos a “tener fe en la vida”. Y esta no tiene nada que ver con ninguna creencia religiosa. Se trata más bien de “intuir que en el futuro va a seguir sucediéndonos exactamente lo que necesitamos para seguir evolucionando y madurando como seres humanos”. De esta manera, comenzamos a ver e interpretar nuestras circunstancias de una forma más positiva, constructiva y eficiente. E incluso a salir de nuestra zona de confort, arriesgándonos a tomar decisiones y acciones que nos permitan seguir nuestro propio sendero. Así, gracias a la confianza podemos ser libres. Y la libertad nos brinda la oportunidad de ser auténticos, siendo fieles a nuestra intuición.
Y digo yo, si no confiamos en nosotros mismos, ¿quién va a hacerlo? Si no tenemos fe en la vida, ¿quién sale perdiendo?
El primer paso es el más difícil y está dado así que ahora… a seguir adelante. ¡Siempre!
Y ahora venga, todos en pie y un aplauso para todos los que se atreven en la vida:

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