¿Quién no se ha quejado alguna vez de la cara de pocos amigos del frutero de la esquina, de la cajera del supermercado o del señor de detrás de la ventanilla?. “Si tiene un mal día, yo no tengo la culpa”.
Reconozco que en alguna ocasión me he sorprendido a mí misma diciendo en alto estas palabras. Lo cierto es que sería interesante que nos preguntáramos lo que esas personas sienten al otro lado del mostrador, donde todo el mundo se acerca para pedirles algo, ya sea la fruta, el impreso o los filetes de pollo, donde todo lo que reciben son demandas y no siempre nos damos cuenta de darles las gracias. Es su trabajo, sí, pero desconocemos lo que pasa por sus cabezas, cómo se sienten, lo que reciben cada día. Nunca he estado detrás de un mostrador, con lo cual no puedo saber lo que sucede, tan sólo imaginármelo.
Lo cierto es que también depende de nuestra actitud con estas personas el trato que ellas nos den. La vida es un continuo juego de dar y recibir y según damos así recibimos. Ahora bien, ese dar ha de ser sincero y sin esperar nada a cambio.
Hace unos días, fui a hacer la compra a uno de los supermercados que tengo por el barrio y en cada sección que me paré para pedirle algo al dependiente de turno y cuando pasé por caja también, decidí fijarme en la chapita que llevaban con su nombre. Una vez recogía lo que me estaban sirviendo, simplemente les decía gracias con una sonrisa mirándoles a los ojos seguido de su nombre.
Jamás pensé que ese pequeño gesto pudiera alegrarme tanto la mañana, porque las caras un poco adustas y de resignación de esas personas de pronto cambiaban. Su expresión era una mezcla de sorpresa y agradecimiento adornada con una sonrisa sincera que muy pocas veces había visto hasta ahora.
La importancia de nuestro nombre…a veces no nos damos cuenta de lo que eso significa.
Siempre he dicho que los nombres se me olvidan y que sin embargo no se me olvida una cara. Es algo cómodo, porque acordarse de los nombres de las personas requiere un pequeño esfuerzo. Ahora llevo tiempo cambiando esa práctica por la de aprenderme los nombres. Lo cierto es que llamar a alguien por su nombre es una muestra de interés porque automáticamente esa persona deja de ser uno más, es Juan el pescadero, Javier el que atiende en la carnicería o es Ana, la cajera que come a las 5 de la tarde cuando acaba su turno. El nombre lo cambia todo y las personas saben agradecerlo. Os invito a que hagáis la prueba. Os aseguro que con ese pequeño detalle estáis contribuyendo a hacerles el día más alegre a cualquier persona y por lo tanto a vosotros mismos, es una forma de dar y recibir al mismo tiempo.
Según damos así recibimos y no me refiero a la cantidad de lo que damos, sea lo que sea, sino a la calidad, a la forma en que lo damos mostrando interés sincero en la otra persona. No es algo que nos hayan enseñado de pequeños…siempre nos han dicho que hay que dar, porque el que da es bueno, con lo cual muchas veces damos para obtener un reconocimiento, una palmadita en la espalda y que se hable bien de nosotros.
Cada vez que des algo, te invito a que te hagas la siguiente pregunta: ¿cómo estoy dando?
Si no sabes responderte, simplemente analiza lo que recibes cuando das. Ese es el mejor medidor de la calidad con la que has dado, porque te indica si has dado de verdad pensando en el otro o pensando únicamente en ti mismo.
(Fuente: www.tucaminocoaching.com)
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