El agua siempre sabe llegar a donde va. Sortea los mayores obstáculos, desgasta la resistencia de las piedras, rodea montes, atraviesa sus entrañas, salta desniveles sin dañarse, fluye rápida o lentamente. Se adapta siempre al cauce, por eso llega lejos, nunca se rompe, ni pretende ninguna forma porque significa renunciar a las demás.
El agua siempre cede sin resistencia a los obstáculos insalvables y después busca y encuentra alternativas. En su humildad se sitúa en el más bajo de los niveles y por ello accede a todas las corrientes. Elude el enfrenamiento y persevera.
No se opone a nada y por lo tanto nada se opone a ella. Si se la encierra, se evapora, sube al cielo, se condensa y vuelve después. Se transforma pero acaba siendo lo que es: parte de la vida. Sabe cambiar y adaptarse a las condiciones del entorno, ya sea en su estado líquido, gaseoso o sólido.
Nos enseña a formar parte de la naturaleza.
La vida feliz no es resistencia sino cambio continuo, mejora continua, así se manifiesta en todas sus expresiones. Solo el ser humano en su obstinación va contra la corriente. El agua nos enseña a ser flexibles, a cambiar en lo necesario, ceder ante las dificultades, buscar nuevas alternativas.
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