Me quiero centrar en esos mensajes colmados de bondad, generosidad, prudencia, constancia, paciencia, etc., que transmitimos a nuestros hijos día a día. Toda una declaración de principios…cuyo propósito a veces parece ir dirigido a tomarles el pelo.
Porque, ¿cuánto de coherencia hay entre lo que decimos y lo que hacemos?
Enseñamos a los niños que deben ser cuidadosos, cumplir las leyes y mirar a ambos lados al cruzar…mientras que cuando vamos con ellos aceleramos como alma que lleva el diablo ante un paso de cebra en rojo.
Sermoneamos continuamos con la frase “no hay cosa que más odie que la mentira”, y al cabo del rato, cuando llama la suegra -para nuestra niña, su querida abuela- con toda la desfachatez del mundo, al tiempo que bajamos el volumen de la tele, le suplicamos en voz baja “dile que ahora no puedo ponerme, que estoy con la cena”.
Explicamos a nuestros niños que debemos ayudar a mamá, porque todos somos iguales y las tareas hay que dividirlas al tiempo que pegamos un frenazo y gritamos por la ventanilla del coche “¡Pero es que tú no miras!!!! No hay mujer que sepa conducir bien!!!”
Nos cabreamos cuando nos avisan del colegio porque nuestro vástago se ha peleado con alguien y le exhortamos sobre el valor de la comunicación y el compañerismo. Ello no es óbice para que, cuando el sábado vamos a verle en su partido semanal de fútbol arenguemos contra el árbitro dedicándole cumplidos tan espléndidos que comprenden a gran parte de su familia, a voz en grito si es posible.
Los ejemplos podrían ocupar al menos un volumen de la Enciclopedia Británica.
Y luego, que nos llame el director del colegio para quejarse del niño que, en caso de darle el beneficio de la duda, miraremos al cielo con las manos extendidas y gesto desesperado preguntaremos “¡Pero a quién habrá salido este niñooooo!!”.
Nadie dijo que ser padre sea fácil. Y ser coherente es tarea ardua. Pero que nos quede claro un axioma: a los niños no se les puede educar con las máximas del “haz lo que digo y no lo que hago”.
Niños y niñas son auténticas esponjas. Son conjuntos de sensores humanos activados todo el día (y parte de la noche). Viven una etapa que debería ser (ójala lo fuera para todos) maravillosa. Todos los días aprenden algo, descubren algo, empiezan a formar parte de algo, razonan, atan cabos, plantean hipótesis, refutan… La plasticidad neuronal en estos años está en la cúspide de su desarrollo.Nada les cae en saco roto.
Es necesario estimular al niño, pero estimularlo de forma correcta. Son unas fieras en captar la información por cualquiera de las vías que les llegue pero, ¿cómo van a saber actuar cuando las informaciones que les llegan son contradictorias?
Durante esta etapa de la vida, los progenitores son lo más alto de la jerarquía de su pequeño gran mundo, tanto en autoridad como en admiración. Sus indicaciones y transmisiones por tanto, tendrán la misma carga de importancia. No podemos educar niños seguros si deben debatirse entre dos opuestos que no entienden.
Por concluir, ser padres no es fácil, y eso ya lo sabíamos. Pero que es una responsabilidad prioritaria que no podemos esquivar, también. Intentemos educar por tanto en los valores que cada uno crea, pero en palabra y acto, de forma que podamos dejarles al menos el legado de una sociedad con algo de congruencia y lógica. Yo me quedo con este lema. “Que lo que haga cada vez se parezca más a lo que pienso”. Ahí es nada. Pero ¿por qué no?
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