jueves, 4 de julio de 2013

Regañar para educar


Las regañinas deben tener una intención educativa, no ser un mero desahogo irracional de los padres.
Es mejor regañar a tiempo. Nada de aguantar diez travesuras y a la undécima hacer pagar todas juntas con un enfado desproporcionado.
No descalificar globalmente. Podemos decir: “No quites los cromos a tu hermano” o “tienes que fijarte en el bordillo”; pero no: “Eres malo”, “eres un patoso”, “un vago” o “tonto”. Esas etiquetas no le dan pistas al niño sobre lo que debe cambiar y lo que es más peligroso, se incorporan al concepto que se está formando de sí mismo, con lo que acabará portándose de acuerdo con ellas.
Es mejor no gritar. Los padres que no se alteran son los que mejor hacen valer su autoridad.
Prohibido comparar. Nada de “aprende de tu hermano “. Un niño mostrará mejor disposición si le estimulamos a superarse. Las comparaciones crean resentimientos, disminuyen la autoestima y rara vez conducen a una mejora real.
No amenazar en vano. Al decir “si no haces lo que te digo no sales en tres meses”, la amenaza es tan poco realista, que no es creíble. Si alguna vez se usa una amenaza de un castigo debe ser realista y, además, debe cumplirse: “Si vuelves a jugar con el balón dentro de casa te lo quito para toda la tarde”.
No desautorizarse entre padre y madre. Alguna vez mamá puede levantar un castigo que impuso papá y este hacer “la vista gorda”. Esto no es ninguna catástrofe. Pero si la autoridad no está definida ni las normas claras, el niño puede incluso aprender a maniobrar para enfrentar a sus padres, se rebelará con frecuencia y no desarrollará como hábitos el respeto y la obediencia.
No entrar en discusiones interminables. Cuando se corrige hay que dar una explicación, pero eso no significa entrar en una porfía sin fin. Tras el razonamiento, es mejor mostrarse firme.

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